Una granja lechera comienza con un becerro, y una fertilidad de las hembras satisfactoria es, por lo tanto, una parte importante de cualquier negocio lechero. Una vaca necesita un becerro de forma periódica para poder recomenzar la lactancia y continuar la producción de leche, mientras que también se necesitan vaquillas para sustituir a las vacas más viejas.
Las estrategias de gestión relacionadas con la sustitución de vacas sacrificadas han cambiado con el tiempo. Hoy en día, muchos productores lecheros utilizan semen sexado para producir vaquillas de sustitución a partir de las mejores vacas/vaquillas, mientras que utilizan semen convencional, o de carne, para el resto de las vacas.
Desde el punto de vista financiero, se trata de algo muy positivo, ya que la longevidad de la vaca está mejorando. De esta forma, las vacas tienen una vida útil más larga y la necesidad de sustitución de las vaquillas es menor de lo que solía ser. Además, muchos productores lecheros ya saben que es caro criar vaquillas tanto para su propio uso como para vender.
En los países nórdicos, llevamos seleccionando genéticamente para mejorar la fertilidad por más de 40 años. Incluso antes de que se crease la Evaluación Nórdica de Genética Bovina (NAV) o VikingGenetics, los valores de selección genética para fertilidad ya se calculaban en los países nórdicos.
En los años 80 y 90 del siglo pasado, el objetivo primordial era aumentar la producción lechera, lo cual implicaba importar semen, principalmente de Norteamérica. Debido a la correlación genética negativa entre producción lechera y fertilidad de las hembras, se llegó a un decline en la fertilidad, tanto fenotípico como genético, que no tardó en convertirse en un problema práctico en las granjas lecheras.